Dos niñas gigantes

Feliz santa Inés, virgen, que negándose a sí misma y tomando la cruz, siguió al Señor, esposo de las vírgenes y príncipe de los mártires.

De esta manera comienza la Misa de hoy, en la que celebramos el día de Santa Inés, esta virgen y santa que vivió a comienzos del siglo IV sufrió el martirio cuando tenía apenas 12 años, por negarse a ofrecer sacrificios a la diosa Vesta, el relato de su martirio cita la frase: “Mi Señor Jesucristo ha puesto en mi dedo el anillo nupcial. A Él solo guardo fidelidad” ¡Que testimonio impresionante de una niña de apenas 12 años!, curiosamente –ja Diosidencias- mañana celebramos el día de la Beata Laura Vicuña, que murió teniendo apenas 13 años y aunque no podemos hablar de martirio, lo suyo fue como dice la antífona de entrada de la Misa, tomar su cruz y seguir al Señor. Brevemente su historia, para quienes no la conocen:

Laurita era chilena y su padre pertenecía a la aristocracia criolla, tenía influencia política y alto nivel social, mientras que su madre era de una familia humilde. Esto causo grandes tensiones entre las familias. Hasta que una revolución derroca al gobierno y ellos deben huir desterrados; allí su papá muere y su madre queda sola con ella y su hermanita menor. Así decide viajar hasta nuestro país, donde termina conviviendo con Manuel Mora, un hombre violento; que entre otras cosas interna a Laurita en el colegio de las Hermanas Salesianas de María Auxiliadora en Junín. Allí Laurita un día escucha decir a una maestra: “a Dios le disgustan mucho los que conviven sin casarse”, la niña cayó desmayada de espanto. Comprendía la situación en la que se encontraba su madre y le comunica a su confesor que había decidido entregar su vida a Dios por la salvación de su madre. El confesor le dijo: “Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptar tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto” Ella se mostró resuelta y el día de su primera comunión a los diez años fue admitida como “Hija de María”.

Entre tanto Manuel Mora trataba de manchar la virtud de Laura hasta llegar al punto de echarla de la casa y obligarla a dormir a la intemperie y darle salvajes golpizas.

En pleno invierno, hubo una inundación y ella permanece con los pies helados por varias horas en el agua ayudando a salvar a las más pequeñas, así cae enferma. Más tarde no será aceptada como religiosa por el concubinato de su madre, pero sigue orando por ella y cae en cama con fuertes dolores y vómitos; retorcida de dolor con su vida apagándose dice: “Señor: que yo sufra todo lo que a Ti te parezca, pero que mi madre se convierta y se salve”

Al entrar en agonía le dice a su madre: “Mamá desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tu no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente. Mamá: ¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente?” “¡Ay hija mía! –exclama su madre llorando ¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, que amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida” Así Laurita luego de recibir la unción de los enfermos, el viático, y besar la cruz se durmió en paz y se fue a la Casa del Padre eterno. Más sobre su vida podemos leer en: http://www.lauravicuna.cl y en www.corazones.org

Las historias de estas dos niñas que se parecen más de lo que aquí puedo mostrar, además se entrelazan con la liturgia no solo en la antífona de entrada, sino también en la primera lectura (Carta a los Hebreos 8, 6-13) donde nos cuenta que Dios hace un pacto con nosotros: “Pondré mis leyes en su conciencia, las grabaré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo…” esta Alianza para Inés y Laura fue tan seria como lo es para Dios. Y en el Evangelio (San Marcos 3, 1-19) vemos a Jesús subir a la montaña y “llamar a su lado a los que quiso”. Nuevamente, estas dos niñas sintieron ese llamado y le correspondieron a Cristo hasta el extremo como todos y cada uno de sus Apóstoles.

Entonces Señor, te pido como dice la oración después de la comunión: Concédenos la gracia de superar con valentía todos los males y alcanzar la Gloria celestial. Agrego, al igual que lo hicieron Inés y Laurita, que seamos capaces de aceptar tu llamado y llevarlo hasta el final.

Deja un comentario